Uno de los rasgos característicos del arte japonés es la íntima conexión entre el arte y la naturaleza. Para ello se debe partir de la comprensión de las condiciones geográficas japonesas. Situado en el círculo de fuego, con unos cuarenta volcanes activos en la actualidad, son frecuentes los temblores desde el Cuaternario. A lo que hay que sumar los tifones y maremotos. Los japoneses se enfrentan a un medio físico violento, temible e impredecible, desde la prehistoria, ante el cual se sienten impotentes. Como contrapeso disfrutan de la bondad del paisaje japonés, con un clima templado, abundante agua, rico en especias, frutas y vegetales, con altas montañas y un mar muy productivo. Esto ha generado una relación muy especial con un sentimiento de adoración y veneración por la naturaleza. El pueblo japonés se ha sentido obligado a integrarse con el medio natural. El hombre no es el dominador, sino que se trata de un elemento más de la naturaleza. Ese sentimiento de armonía impregnará múltiples facetas de la cultura japonesa. La religión nativa, el sintoísmo, se basa en la veneración de las fuerzas de la naturaleza perpetuada hasta la actualidad. Ese respeto infinito por todo lo que nos rodea es lo que permitió que el budismo zen se integrase tan fácilmente con la cultura nipona.
La naturaleza se encuentra presente en todas las facetas de la vida cultural japonesa. Como por ejemplo en la literatura, a través de los jaiku o haiku. Poemas muy breves, compuestos por diecisiete sílabas (5/7/5) muy ligados al zen. En la arquitectura con la tendencia a la integración entre el edificio y lo que le rodea, que produce un efecto de continuidad entre arquitectura y naturaleza. Esta integración se observa en el diseño, en los materiales empleados y su utilización, en el gusto por la no permanencia y en el gusto por la asimetría. Los diseños de la arquitectura japonesa potencian la comunicación del interior con el espacio exterior. Con una proyección de ese espacio interior hacia el exterior. Lo que propicia la proliferación de los llamados paseadores y plataformas de madera o engawa. Que llegan a alcanzar un status similar al de un dormitorio, permitiendo disfrutar de la contemplación de fenómenos naturales. La presencia de muros móviles permite la apertura de espacios cerrados al exterior. Una solución que permite multiplicar el número de caras que conectan el edifico con la naturaleza es la composición de ámbitos modulares dispuestos en diagonal. Se observa una descarada predilección por los materiales de origen vegetal (sobre todo la madera, el bambú o el papel) con sus características naturales frente a elementos como la piedra. Esta supremacía de la madera frente a otras materias primas se debe a su flexibilidad, que la hace idónea en un territorio con frecuentes terremotos. Además de por sus cualidades estéticas, que aportan calidez a los espacios, su aspecto frágil y ligero ofrece a los edificios un carácter de no permanencia muy del gusto japonés. Se utiliza para todo tipo de estructuras: vigas, columnas, postes, muros de cierre, tejado… La madera más empleada será el ciprés japonés o hinoki (sobre todo para edificios de alta calidad), el cedro, el pino y el abeto. No solía aplicarse policromía, aunque si se trataban la maderas para evitar que se pudrieran o fueran atacadas por los insectos. Será tal el dominio que se alcance del empleo de la madera que no hará falta utilizar clavos. Las piezas encajaban a la perfección. Otro material muy empleado será el bambú, muy abundante en Japón, proporcionaba estabilidad y resistencia a la vez que aligeraba el peso de la estructura. Mejora su comportamiento frente a la humedad con respecto a la madera. Además es rico en cualidades estéticas y posee un aspecto perecedero. Se empleaba para los postes, entramados de techos y ventanas o para los tatamis. La arcilla, de influencia china, será otro de los materiales con un importante papel en la arquitectura tradicional japonesa. Valorado por su económico coste y sus cualidades estéticas aportaba estabilidad frente a los cambios de humedad y temperatura. Otro de los materiales importados de China, en el siglo VI d.C., será el papel. Asociado a la madera ofrece la posibilidad de crear ese ambiente de semi penumbra tan característica de la arquitectura japonesa. Por último debemos mencionar la piedra como un elemento menor, empleado casi en exclusiva para basamentos, tanto de edificios como de cercas. Su rigidez lo hacía inadecuado para un terreno tan inestable. Pero el motivo fundamental de su escasa utilización es que llevaba implícita la idea de lo peramente e imperecedero. En la naturaleza todo se encuentra en constate cambio. La quinta esencia del sentido de la no permanencia sería el santuario de Ise[1], que se destruye y se vuelve construir cada veinte años. Ya desde la prehistoria se observa un fuerte gusto por la asimetría en clara sintonía con una naturaleza asimétrica. En todas las estructuras arquitectónicas predominaba la asimetría, a excepción de las importadas de China. Un claro ejemplo serán las casitas del té o la disposición de ámbitos en diagonal. La asimetría está ligada a una serie de conceptos muy concreto como el dinamismo, la apertura, lo sorprendente o lo inconcluso. Frente al concepto de lo previsible, lo cerrado o lo concluso que representa la simetría. Una obra artística japonesa implica la participación del espectador, al que debe sorprender constantemente.
Esta íntima relación con la naturaleza se observa también en la escultura. Donde se emplean materiales como la arcilla, la laca seca, el bronce o la madera. Cuando la materia prima empleada es de una belleza excepcional no se cubría, ni se aplicaba policromía o dorado alguno. Permanecía con sus cualidades naturales intactas. Las figuras humanas representadas en la escultura japonesa están llenas de expresión, realidad, cercanía y humanidad. Se captan sus rasgos físicos, pero también lo más profundo del alma. Esto es algo típicamente japonés, penetrar en la naturaleza de lo que le rodea. La escultura japonesa alcanzará el máximo esplendor en el período Kamakura.
En la temática de expresiones artísticas como la pintura, el grabado, los textiles, la laca, los netsuke o los tsuba se observa como la naturaleza, frente a la figura humana occidental, es la gran protagonista. A lo largo de la historia japonesa veremos temas recurrentes como el agua en forma de ola o de cascada, la montaña y sobre todo el Fijiyama, la flor del cerezo, el crisantemo o los lirios, el mundo de las mariposas, las aves o los insectos.
En la cerámica se observa esa evocación a la naturaleza, ya desde el período Kamakura y sobre todo en el Momoyama, en los elementos minerales, en los colores, las formas, la textura o las tonalidades.
Pero no hay mejor ejemplo de esa conexión entre arte y naturaleza que las artes de los elementos naturales (jardín, ikebana, suiseki y bonsai), donde la naturaleza que rodea al artista es la materia prima empleada en la obra. En el caso del jardín la propia naturaleza se ve integrada en el diseño, los elementos se colocan respetando su propia esencia (las piedras, el agua…), con el fin de recrearla en su estado más espontáneo o captando su esencia más pura, como en el caso de los jardines secos. En el caso del bonsái, al ser un ser vivo, tiene su porpia evolución natural, es el cultivador quien debe plasmar su esencia el árbol. El ikebana es la expresión máxima de lo efímero. En el encontramos representado el pasado (hojas secas o flores muy abiertas), el presente (hojas verdes o flores abiertas) y el futuro (capullos o yemas de hoja). El suiseki representa la trascendencia de lo natural.
En colaboración con iHistoriArte| Dave Meler
Bibliografía| AA.VV, Artes tradicionales japonesas, ed. Dirección general del Patrimonio artístico y Cultural, 1975. Delay, N., Japón la tradición de la Belleza, ediciones B, Barcelona, 2000. Kidder, J. E., El arte del Japón, ed. Catedra, Madrid, 1985.
Fuentes| Taringa, japancaligraphy
También en iHA| El Jardín Japonés, El arte de la caligrafía japonesa, Artes decorativas en Extremo Oriente
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