Las revoluciones de 1848 se nos presentan como un ejemplo práctico del pensamiento político de un tiempo en el que los líderes de Europa gobernaban de espaldas a su pueblo. La sincronía y la velocidad con la que éstas se expandieron nos señalan, pues, un marco político convulso en el que entraban en conflicto las viejas formas de gobierno con las nuevas formas de entender la política; y nada mejor que la lúcida intervención de Alexis de Tocqueville en la Cámara de Diputados francesa un mes antes del estallido revolucionario para ilustrar tal situación:
<<Estamos durmiendo sobre un volcán… ¿No se dan ustedes cuenta que la tierra tiembla de nuevo? Sopla un viento revolucionario, y la tempestad se ve ya en el horizonte>>.
Pero, ¿Qué era este viento revolucionario, al que tanto temía Tocqueville?
En términos generales, y aún a riesgo de caer en una simplificación generalizadora, podemos entender que el fermento de la revolución se estructuraba, inicialmente, en torno a una burguesía liberal y moderada que se encontraba fuera del juego político, y un sector proletario eminentemente urbano y defensor de una propuesta política mucho más radical que la deseada por sus prudentes compañeros de viaje. Esta división bipolar, que no debemos perder de vista nunca para entender los sucesos que a partir de febrero se sucederán por todo Europa, se cohesionaba en una suerte de «espíritu de 1848″ . Según el autor Jean Touchard, éste se estructuraría en cinco puntos fundamentales:
- Una visión romántica de la política, muy influida por la literatura y por la renovación cultural de la época.
- La Revolución Francesa de 1789 como lugar común, como utopía política de fraternidad.
- Noción de progreso como elemento rector de la sociedad nueva y como unidad de destino: la ciencia y el progreso solo pueden mejorar las condiciones preexistentes y serán el pilar de la ya citada utopía.
- La figura del Pueblo como actor principal de la nueva política, en tanto en cuanto humanidad, y en tanto en cuanto proletariado.
- Idealismo e incluso espiritualidad popular que da lugar a figuras simbólicas tales como la conversión de Jesucristo en el Proletario de Nazaret.
Así pues, éste será el marco a través del cual ambas fuerzas (burguesía y proletariado) se unirán inicialmente en la lucha contra las monarquías que gobernaban Europa. Más allá de eso, cada una de las partes tenía un objetivo final, que a posteriori se mostraría divergente, pues mientras que la opción burguesa moderada se estructuraba fundamentalmente en torno al miedo a un verdadero estallido democrático entendido como revolución social, la opción proletaria radical se estructuraba en torno a la idea de una república democrática que simbolizara los principios románticos de la Revolución Francesa.
Como ya se hace evidente esta tensión entre los miembros condicionará poderosamente los resultados de las revoluciones más allá de la fase de barricadas, momento en el cual la burguesía estará más pendiente de desmontarlas que de levantarlas.
Sabías que… el impacto de las revoluciones será diferente en cada uno de los Estados donde ésta se presentó, pero si alguna característica une a todas las tentativas, más allá del ideario explicado anteriormente, es su naturaleza efímera. Las revoluciones de 1848 se desarrollaron en sincronía, y a su vez, todas ellas prosperaron y se debilitaron rápidamente.
Francia fue la primera llama del «incendio» que recorrería Europa en 1848. El caso francés muestra de forma bastante clara las características generales de los procesos revolucionarios de la época. En primer lugar se sucede la revolución de febrero en la que burguesía y proletariado luchan juntos contra un enemigo común, la monarquía y el gobierno francés, bajo la bandera del Espíritu de 1848. Tras conseguir la victoria, se redactó una nueva constitución donde se otorgaba el sufragio universal masculino al pueblo francés, un derecho que marcaría el límite al que estaría dispuesta a llegar el sector burgués una vez se encontraba en el poder.
Pero lo que para la burguesía era el límite, para el proletariado no era más que el comienzo, y en junio de 1848, los obreros urbanos de París volvieron a levantar las barricadas, pero esta vez contra sus antiguos compañeros de lucha. Derrotada la insurrección, la revolución se diluyó y se recondujo por los cauces que la burguesía liberal consideró oportunos. La Reforme que los revolucionarios de junio defendieron nos deja, en una de sus partes, una excelente radiografía del ideario que el gobierno francés consideró inaceptable:
<<Los trabajadores han sido esclavos, han sido siervos, hoy son asalariados; es preciso tratar de hacerlos pasar al estado de asociados. No puede alcanzarse este resultado más que por la acción de un poder democrático. Un poder democrático es el que tiene la soberanía del pueblo por principio, el sufragio universal por origen, y, por objetivo, la realización de esta fórmula: Libertad, Igualdad, Fraternidad>>.
En el Imperio Austriaco la Revolución se cobró el puesto del símbolo de la Restauración, de la Europa arcaica, de los viejos modos de hacer política: Klemens von Metternich. Y si bien en Austria la revolución tampoco prosperó, sí es verdad que despertó las tensiones dormidas del Imperio plurinacional: gobernar sobre el heterogéneo marco étnico que abarcaba desde húngaros, hasta eslavos, pasando por checos y rumanos, ya no sería tan fácil para el Emperador. Además, la breve revolución, también contó con un éxito singular: la abolición de la servidumbre.
Una vez analizados los componentes generales de la revolución y dos casos particulares ¿qué significó 1848?
En primer lugar, deberíamos entender 1848 como la respuesta que el pueblo, en su significado amplio, articuló frente a las caducas formas de gobierno que imperaban en Europa; en segundo lugar, es también el último exponente de burguesía revolucionaria que nos encontraremos en Europa hasta mediados del siglo XX; en tercer lugar, es el símbolo inicial de las movilizaciones proletarias, no en vano 1848 también es el año de publicación del Manifiesto Comunistas de Karl Marx; en cuarto lugar, es el punto de partida de una nueva concepción de la política que obligará a todos sus protagonistas (conservadores, liberales, proletarios) a crear nuevos modelos de identidad y nuevas estrategias de movilización; y en quinto lugar, es la representación del fracaso de un ideal romántico, nacido en el seno de la Revolución Francesa, la fraternidad entre todos los hombres libres.
Eric Hobsbawn resume a la perfección el final del sueño de 1848 en la siguiente frase:
<<El año 1848 fracasó porque resultó que la confrontación decisiva no fue entre los viejos regímenes y las unidas «fuerzas del progreso», sino entre el «orden» y la «revolución social»>>.
Si una reflexión puede cerrar el artículo es que burguesía y proletariado lucharon juntos hasta que los últimos incomodaron a los primeros exigiendo derechos que éstos nunca estuvieron dispuestos a otorgar. Y ese, fue el final de la Fraternidad y de la Igualdad en el ideario político burgués.
En colaboración con iHistoriArte| Emmanuel Otero
Bibliografía| HOBSBAWN, Eric: La era del capital (1848-1875). Barcelona, Crítica, 2007. TOUCHARD, Jean: Historia de las ideas políticas. Madrid, Tecnos, 2010. CABEZA SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Sonsoles: Los movimientos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848 en sus documentos. Barcelona, Ariel, 1998. VILLARES, Ramón y BAHAMONDE, Ángel: El mundo contemporáneo: Siglos XIX y XX. Madrid, Taurus, 2001.
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