La tendencia a la sencillez, la simplicidad o la economía de recursos frente a una tendencia a las formas decorativas es uno de los elementos que determina las diferentes polaridades estéticas en el arte japonés.
Se trata de dos procesos que convivirán a lo largo de toda la historia del arte nipón. Llegando a convivir de forma simultánea en un mismo período, en un mismo artista e incluso en una misma obra.
Pero alcanzará su momento álgido con la llegada del budismo zen.
Estas polaridades estéticas quedarán plasmadas en conceptos abstractos de difícil explicación o traducción: wabi – sabi y shibumi.
La primera tendencia (wabi-sabi) se entiende partiendo de la frase “para los japoneses la belleza no está en la forma sino en el significado que esta encierra” de Daisetsu Suzuki.
Que vendría a decir que para los japoneses la belleza absoluta no se puede apreciar en un objeto artístico, la forma de un objeto nunca podría ser la expresión de la belleza absoluta.
La forma es un camino a través del cual el hombre puede conectar, intuir, aprender el sentimiento más profundo de la belleza. Por lo tanto es su función de ‘camino’, cuanto más sencilla se la obra, más eficaz será para revelar el sentido profundo de la forma.
Por el contrario si una obra es suntuosa se puede presentar como un camino que lleve a la equivocación. En definitiva según este principio la forma artística debe proporcionar los elementos justos y necesarios para suscitar en el espectador el sentimiento de belleza.
Esta polaridad estética se observa en la arquitectura desde la prehistoria y se ha mantenido hasta nuestros días.
Se manifiesta en el predominio de las formas geométricas, en la conjugación de planos, en el gusto por los volúmenes netos o en la estructura lineal.
Pero también se observa en la economía de recursos, en el deseo de obtener más con menos, en la escasez de materiales y soluciones constructivas que ofrecen un resultado sorprendente (shibumi).
La tendencia a la sencillez de recursos queda manifiesta en la decoración. Que apenas se derrama por los miembros arquitectónicos oscureciendo la estructura del edificio, siempre se concentra en puntos muy concretos como por ejemplo los tejados.
En la pintura queda patente a partir de la introducción del budismo zen, en el período Kamakura.
Con unas pautas estéticas marcadas por la sencillez, la monocromía, la parquedad de recursos o la imperfección. Tendrá su culminación en el período Muromachi, aunque se observa cierta continuidad hasta la actualidad.
En el arte de la laca proliferan los monocromos, sobre todo en negro o rojo que acabará por incubar la técnica del negoro (negro-rojo).
En la cerámica se observa esa tendencia a la sencillez y rusticidad sobre todo en lo relacionado con la ceremonia del té.
En cuanto a otras artes como el jardín seco, los bonsáis, los suiseki o el ikebana la simplicidad y sencillez está patente de forma evidente.
Autor| Dave Meler
También en QAH| El Jardin Japonés
Bibliografía| Dave Meler,Arte Japonés.
Un comentario
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