En Amberes la tensión era máxima. Todo tenía que salir bien porque había demasiado en juego. Eran ya muchos años de guerra y todos anhelaban la paz. Se habían iniciado tiempo atrás unas conversaciones entre católicos y protestantes que podían llegar a algún tipo de acuerdo que detuviese la guerra. Aunque, como pasa siempre, las posturas estaban más que alejadas. Sea como fuere las autoridades de la ciudad donde se iban a llevar a cabo las negociaciones que decidirían el resultado lo prepararon todo a conciencia.
Particularmente la católica Amberes, donde se celebraría el encuentro, se jugaba mucho puesto que la guerra mermaba su gran potencial de comercio con las cercanas provincias del norte, protestantes, con las que había un bloqueo comercial mutuo. Una paz, aunque fuera temporal, seria beneficiosa para la ciudad y el burgomaestre de la populosa Amberes haría todo lo que estuviera en su mano para inducir a ese acuerdo.
Nicolás Rockox, que ese era su nombre, no quería que ningún detalle se escapara y menos en el salón donde se celebrarían las negociaciones. La Cámara de los Estados (Statenkamer) era de vital importancia: la iluminación debía ser suficiente pero no excesiva, el mobiliario cómodo pero no demasiado, la decoración agradable sin ser cargante ni escasa. En definitiva, el ambiente debía ser perfecto. Era el primer paso hacia el éxito … o hacia el más rotundo de los fracasos después de tantos años de conflicto.
Inteligente y sagaz como era, sabía de la predilección de sus soberanos el Archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia (hija de Felipe II), Gobernadores de los Países Bajos Españoles, por Pedro Pablo Rubens, el famoso pintor. Era seguro que si un cuadro de ese artista presidiera la sala el hecho no sería pasado por alto al informar a los soberanos sobre los avances de la negociación, siendo seguro de su agrado. Por otra parte Rubens era de familia protestante con lo que seria bien visto por la otra parte.
Rockox tuvo claro, en definitiva, que un cuadro de Rubens que engalanara el salón donde se llevaban las negociaciones ayudaría a encontrar el ambiente adecuado.
La suerte, dicen, favorece a la mente preparada. Justamente Rubens, que habitualmente residía en Italia, estaba en Amberes (su madre había fallecido hacia unos meses y él estaba ya planeando la vuelta a la península itálica). El Burgomaestre Rockox aprovecha la oportunidad y le encarga a finales de 1608 un cuadro para decorar la sala en la que iban a tener lugar las negociaciones a mediados del año siguiente. Faltaba el motivo, la razón, que indujera, que llevara en volandas a los negociadores a alcanzar acuerdos.
No se sabe a ciencia cierta quien escogió el motivo sobre el que se construyó la obra de arte. Lo que sí quedó patente es que la ejecución fue impecable y de una belleza sobrecogedora: La adoración de los Reyes Magos sobre un espectacular lienzo de cinco metros de ancho y más de tres de alto.
La imagen tierna del niño Jesús, rodeado de personas con rostros serios y adustos, como quien tiene que tomar decisiones difíciles, pero al fin y al cabo dejando llevar la mirada hacia el bebé risueño que toca un regalo sincero que trae prosperidad, oportunidad y esperanza a la nueva época representada por el nacimiento… de una tregua.
El tratado de paz se llamó de Amberes pero es más conocido como «la tregua de los doce años«. Para entonces las rutas abiertas por El Camino Español eran utilizados por todos, comerciantes y lugareños, pero durante ese periodo dejaron de transitar los Tercios. El Camino Español, en su uso militar, permaneció dormido durante esa docena de años para despertar más tarde y permanecer abierto tres lustros más.
Si vais al Museo del Prado y admiráis esta magnífica obra, tal vez os guste comentar a quien tengáis cerca que ésta es una de esas pinturas que no solo sirven para adornar, que ésta participó en la negociación de la tregua más importante de la época. Pedro Pablo Rubens fue el pintor y también quiso ser testigo.
Fuentes|Texto de David López , Museo del Prado
En colaboración con iHistoriArte| David López R
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