Encaramado desde el siglo VII en las escarpadas laderas de la rocosa isla de Skellig Mikel, a unos doce kilómetros de las costas irlandesas, se encuentra este misterioso monasterio. Un lugar donde parece imposible vivir, que ilustra a la perfección la espartana existencia de los primeros cristianos irlandeses. Sin apenas un palmo de tierra llano, sus inclinadas pendientes y acantilados convierten un simple paseo en una peligrosa aventura los días en los que las tormentas y vientos azotan la roca.
Excepcionalmente conservado, Skellig Mikel, es un ejemplar único en muchos aspectos. Situado en una roca piramidal en medio del océano, se encuentra perfectamente preservado por las condiciones ambientales. Este lugar ilustra como ningún otro las condiciones monacales de los primeros siglos de la Edad Media europea. En toda Europa se admiraba a los primeros anacoretas del desierto, inspirados por los egipcios cristianos del siglo III que abandonaban la vida de las grandes ciudades para llevar una existencia solitaria de oración, meditación y ayuno. Pero en ningún otro lugar se les imitó tan fielmente durante tanto tiempo como en Irlanda. Y que mejor lugar para llevar a cabo este estilo de vida que en las islas del “mar sin caminos”. Durante el siglo VII las confederaciones monásticas se hicieron aún más importantes y habituales en Irlanda. Pero los ideales de simplicidad ascética y austeridad no se habían olvidado, y los monasterios seguían animando y apoyando a los que se decidían a seguirlos.
El nombre de la isla viene del irlandés “Sceilig Mhichil”, la roca de Miguel, refiriéndose al Arcángel Miguel, que según cuenta la leyenda acudió a Irlanda en ayuda de San Patricio en su lucha contra las serpientes y demonios.
Situado sobre las diferentes terrazas de la isla, el complejo monástico se comunica por tramos de escaleras tallados en la dura roca. El recinto más amplio se encuentra dividido en diferentes terrazas en la parte nororiental protegido del viento, mientras que la ermita está situada en el pico más pronunciado del lado sur. A través de una puerta en la pared trasera de la isla se accede, por una escalinata, al recinto más grande. Compuesto por una iglesia, oratorios, las células y un subterráneo. El cuarzo blanco de la pavimentación entre los edificios le da al conjunto una calidad urbana.
El oratorio principal tiene la forma de una quilla de barco invertida, con su puerta orientada al este. Construido en piedra corrida, de forma rectangular va adquiriendo forma ovalada a medida que sus paredes ganan altura. Su cúpula está rematada con una larga hilera de grandes losas. Existe un oratorio más pequeño de época posterior y de construcción más cuidad. Junto a él se encuentran los restos del baño en forma de colmena. Seis células comunales, con estanterías y colgantes, completan el yacimiento. Repartidas por la isla encontramos las estructuras en forma de ‘leatch’, la mayor de las cuales es conocida como “El cementerio de los monjes” y las dos cisternas empleadas para la recogida y purificación del agua.
La ermita se encuentra agarrada a los salientes de la roca del pico sur para no caerse. Al no existir una superficie llana donde construir, esta se tuvo que crear, construyendo muros en el borde los salientes naturales. Toda una proeza de ingeniería arquitectónica en aquellos tiempos. El pico sur cuenta también con tres terrazas, una de ellas con una pequeña iglesia, una cruz de piedra y otro ‘leacht’. La terraza inferior conocida como la “el jardín” consta de tres parcelas de terreno nivelado gracias a los muros de contención.
Las condiciones de vida en Skellig debieron ser siempre muy difíciles, la comunidad podría haber permanecido aislada durante largos periodos, incluso en verano. La dieta de los monjes debió estar adaptada al entorno. Compuesta por pescado, huevos y aves marinas. Según algunos expertos, los monjes habrían intentado trasladar a la isla vacas y ovejas, aunque estas habrían acabado cayendo por sus laderas. Es probable que los monjes intentaran complementar su dieta mediante el cultivo de verduras y hortalizas en la terraza “del jardín”. El resto de alimentos, tales como el trigo, les tenía que ser suministrado desde tierra firme.
La fecha de la fundación del monasterio en la isla no se conoce con exactitud. La tradición establece que fue San Fionan el fundador en el siglo VI, sin embargo, los primeros registros escritos datan del siglo VIII. Dedicado a San Miguel entre el 950 y el 1050 d.C. Era costumbre de construir una nueva iglesia para celebrar la dedicatoria. Esta fecha encaja bien con el estilo arquitectónico de la zona más antigua de la actual iglesia, conocida como la iglesia de San Miguel. Fue ocupada continuamente hasta que a finales del siglo 12, cuando un cambio climático general llevó al aumento de las tormentas marinas alrededor de la isla y obligó a la comunidad a trasladarse a tierra firme. Sin embargo, una presencia monástica se mantuvo como una dependencia de la abadía de Ballinskelligs.
A las ya de por sí duras condiciones de la vida monástica en la isla habría que sumar el acoso y saqueo que sufrió la comunidad de mojes a manos de los piratas vikingos durante el silgo IX. El primer saqueo del que se tiene constancia es del año 824, durante el cual los vikingos se llevaron consigo al abad Etgal, que, según se cuenta en el ‘Annals of Inisfallen’, acabó muriendo de hambre. Se tiene constancia por lo menos de una visita más en el 850. La ermita situada en el pico sur habría resultado el lugar más probable para el refugio de los eclesiásticos. Aunque la protección más efectiva la ofrecía el mar y sus tormentas, como cuenta un poema irlandés del siglo IX:
“El viento es violento esta noche
agitando el rizado blanco océano.
No tengo que temer que los fieros vikingos
crucen el Mar de Irlanda.”.
Cuando en 1578 la reina Isabel I de Inglaterra disuelve Ballinskelligs, tras la rebelión del conde de Desmond, la isla pasó a manos de a John Butler. Sin embargo, a pesar de que el monasterio ya no existía, siguió siendo un lugar de peregrinación en busca de la reparación de los pecados. Los peregrinos ascendían al pico más alto del lado sur, como el “nido del águila”, donde supuestamente se encontraba una losa de piedra (desaparecida en torno al 1977) que tenía que ser besada como culminación de la peregrinación. Los fuertes vientos y la altura lo convertían en todo un desafío a la muerte. Alrededor de 1826, el propietario vendió la isla a la Corporación para la conservación y mejora del Puerto de Dublín que construyó dos faros en la costa del Atlántico.
Bibliografía| Edwards N., The Archaeology of Early Medieval Ireland Rudledge, 1996.
Fuentes| Unesco, Heritageireland, Cabovolo
En colaboración con iHistoriArte| Dave Meler