Los experimentos son clave para conocer el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Prueba de ello es el estudio de Stanley Milgram sobre el «poder de la autoridad« en los años 60, concretamente en 1961. En un «templo a la razón» como es la Universidad de Yale.
Milgram era profesor de psicología en la tercera universidad más antigua de Estados Unidos. Y llevó a cabo un experimento que pretendía comprobar cuánto dolor era capaz de infligir un ciudadano corriente a otro si una autoridad se lo pedía y permitía.
¿Os parece interesante? La cosa va a mejor.
La investigación comienzó pocos meses después del juicio en Jerusalén a Adolf Eichmann. Alto cargo en el régimen nazi, y responsable directo de la llamada «Solución Final».
El ensayo también pretendía entender por qué miles de alemanes colaboraron con los nazis en el exterminio de millones de personas.
«¿Estaban siguiendo órdenes?»
«¿Cómo actuamos ante la autoridad?»
«¿Doblega nuestra personalidad, principios morales y éticos dicha autoridad?»
El experimento de Milgram: el poder de la autoridad
Hicieron falta tres personas.
El sujeto del estudio: quién respondía a un falso anuncio solicitando voluntarios para una investigación sobre educación y aprendizaje. Desconocía la naturaleza y finalidad del proyecto.
Un alumno: quién era cómplice del estudio, y actor pagado.Conocía las verdaderas intenciones del experimento.
Un experimentador: que representaba la autoridad, explicaba el experimento y lo legitimaba.
El sujeto de estudio debía realizar una serie de preguntas, preestablecidas por el experimentador, al supuesto alumno. Si este fallaba en su respuesta, debería aplicarle una descarga eléctrica que aumentaría en intensidad con cada error.
El alumno simulaba recibir las sacudidas con gritos, al principio leves, pero que iban en aumento según subía, supuestamente, la descarga.
El falso estudiante incluso llegaba a solicitar el fin del experimento con gemidos, gritos y súplicas. En un momento dado fingía un desmayo y a partir de ese instante simulaba estar inconsciente.
Si el sujeto ponía objeciones o cuestiona el procedimiento, el experimentador con autoridad le decía frases como:
«¡Continúe!»
«¡Es preciso que continúe!»
«¡No tiene opción debe continuar!»
¿Qué pasó?
Ninguno de los sujetos de estudio se negó a seguir adelante hasta que el «alumno» fingía el desmayo, aun a pesar de las súplicas.
A partir de ese punto, el 65% prosiguió aplicando descargas incluso con el «estudiante inconsciente». Si bien era obvio que «no podía escuchar las preguntas» y por lo tanto no iba a contestar de forma correcta.
Era tal el poder de la autoridad sobre el sujeto que aun mostrando objeciones y cuestionando el experimento, la mayoría de ellos llegó hasta la máxima de potencia.
Todos los que una vez acabado el interrogatorio se preocuparon por el «alumno», y quisieron ver como estaba, pidieron permiso al experimentador para ir a verlo.
El resultado
Años después, Milgram recibió una carta de agradecimiento de uno de los participantes.
El remitente le explicaba que se había declarado objetor de conciencia con la intención de evitar ir a la guerra de Vietnam. Estaba preparado incluso para ir a la cárcel.
El experimento de Milgram le había hecho ver que una supuesta autoridad era capaz de “obligarle” a hacer cosas que iban contra sus principios morales. Como podía ser torturar a una persona por contestar mal a una pregunta.
Y por lo tanto no estaba dispuesto a matar a nadie por que una autoridad lo legitimara y le ordenara hacerlo.
* Si quieres saber más sobre Adolf Eichman, su captura y su juicio cuéntanoslo en los comentarios y te lo contamos.
Autor | Eric Page
Imágenes | W. Commons
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