Una de las particularidades más llamativas de la Antigua Roma fue su conjunto de criterios para diferenciar y categorizar a las personas. No solo se basaban en cuestiones como sexo, fortuna o estatus social, sino que apelaban a fundamentos más complejos para determinar la esencia de un individuo.
La madurez en la antigua Roma fue uno de los pilares en la iniciación del ciudadano romano: cuando un niño llegaba a los 14 o 15 años, adquiría la madurez y se tornaba apto para ingresar a la vida pública. Sin embargo, antes debía de atravesar una serie de ritos que validaban su nueva condición social.
De niño a ciudadano, la madurez en la antigua Roma
Gracias a los estudios pedagógicos, hoy es evidente señalar que la madurez en la adolescencia se logra tanto biológica como psicológicamente. No obstante, en la antigua Roma dicha condición debía pasar por múltiples ceremonias.
Cuando los varones entraban a la adolescencia, los padres de familia encabezaban una serie de procedimientos para que sus hijos hicieran efectiva su madurez. A los jóvenes se les obligaba a dejar su toga infantil para vestir la toga virilis, la cual era blanca y sin adornos. Luego, familiares y amigos trasladaban al joven a distintos ambientes jurídico-políticos para que conociera la administración del poder en la ciudad.
Posteriormente, al muchacho se le inscribía en varias instituciones y se le informaba sobre los procedimientos religiosos que debía realizar. En efecto, el joven debía ofrecer una moneda a la diosa Iuventas y un impostergable sacrificio a la estatua del dios Líber, ubicada en el templo de Júpiter Capitolino.
La llegada de la juventud se celebraba públicamente e iba acompañada de cortes de cabello y vellos faciales. Este primer afeitado también tenía un sustento religioso, por lo que se consagraba a los dioses predilectos de la familia.
La educación como consolidación de la madurez
Aunque estos ritos establecían la categoría de ciudadano del joven, todavía no era considerado plenamente apto para desempeñarse como tal. Por ello, durante el lapso de un año el muchacho debía de efectuar una serie de estudios que le permitieran comprender el funcionamiento de la sociedad romana. Así, el individuo se adentraba en materias como la historia, el derecho, la política, las artes, la geografía, la religión y todo lo que caracterizara a la cultura romana.
La enseñanza usualmente estaba a cargo del pater familias, pero también podía delegar esta responsabilidad a los amigos de confianza o a los hombres sabios. La idea era que el joven se volviera un conocedor de sus derechos (como el del voto) y deberes (como la prestación de servicios militares).
Cabe recordar que el concepto de ciudadano en la antigua Roma solo tenía sentido si se vinculaba con la actividad política de la sociedad. Esto significaba que el joven ciudadano debía estar apto para debatir sobre la coyuntura, instruir a sus coetáneos y tentar algún cargo de relevancia si presentaba las cualidades necesarias.
Autor | Redacción
Imágenes | W. Commons, Pixabay
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