Cuando el otoño irrumpe imponiendo su propia paleta de colores, los caminos se ven distintos. Su personalidad cambia. La naturaleza, en su infinita sabiduría, nos ofrece encuadres únicos que plasmados en ocres, anaranjados, rojos y amarillos visten los pequeños pueblos que permanecen sembrados por el conocido Camino del Cid, donde quedaron reflejadas las bienaventuranzas de tan noble personaje. Sus vistas son otras, sus atardeceres caen con una sombra de frío que solo reconfortan las chimeneas de los hogares que caldean el aire y le aportan ese olor característico de hogar, de calor y de madera que lo impregna todo. Montando guardia en el Maestrazgo y ya en la frontera que separa Teruel de Castellón, se alza, majestuosa, Iglesuela del Cid.
Pero fue la propia historia quien se encargó de convertir a este municipio en protagonista a lo largo de los siglos confiriéndoles la magia y el encanto que hoy se respira en la forja de sus ventanas, en sus muros de piedra seca y en los artesonados de sus casas.
Iglesuela del Cid, a quien los historiadores aragoneses reconocen como la antigua Atheba, ciudad ibera de los edetanos que poblaron estas tierras allá por el siglo IV a.C., ha sido cuna de leyendas y personajes que la atesoraron, como una de las joyas más representativas de la historia del Maestrazgo. Iberos y romanos fueron los primeros pobladores que trabajaron estas tierras hasta el s.IX que se asientan los árabes. En el s. XIII es reconquistada por los cristianos y pasa a manos de la Orden del Temple que la consolidará como núcleo urbano amurallando la villa para protegerla de futuros invasores.
Pasear por sus calles, es pasear por la historia misma. El esplendor de lo que un día fue una villa de gran importancia por su explotación de lana de ovino muy apreciada en el mercado italiano, dio lugar a los majestuosos palacios nobiliarios de marcado estilo renacentista, con influencias aragonesas y napolitanas que nos ofrecen una visión señorial en sus calles y en sus plazas.
Fachadas y portales de sillería, muchas de ellas blasonadas, con techos artesonados donde son representados mensajes subliminales entre casas nobles rivales (como las dos monas talladas en madera que no se quieren escuchar y no se quieren hablar) han hecho posible que Iglesuela del Cid fuera declarada Conjunto Histórico Artístico en 1982 siendo de las primeras poblaciones de Teruel en obtener dicha distinción.
Uno de los pocos vestigios que quedan del antiguo castillo de los Templarios es la Torre Los Nublos donde se encuentran los calabozos y las mazmorras que se utilizaron durante los conflictos de la reconquista y donde aun, todavía, parecen escucharse los quejidos y lamentos de las ánimas que vagan errantes por sus oscuros y húmedos zulos.
Iglesuela del Cid está llena de detalles donde han quedado marcadas las huellas de quienes hicieron de ella una villa con acentuada identidad propia. En la Plaza de la Iglesia, donde puedes admirar la portada plateresca de la Iglesia de la Purificación, encontrarás la Casa Blinque, residencia de condes, duques y marqueses con la inscripción Templaria TAU en su arco. Es en esta pequeña plaza donde convivían los grandes señores de la villa. Junto a la Casa Blinque con su amplio pórtico y sustentado por una gran columna que fue construida con los restos de los poblados anteriores, se encuentra la Casa Palacio Matutano- Daudén, ejemplo de arquitectura noble del s. XVIII. No resulta difícil imaginarse, paseando bajo los tres magníficos arcos ojivales que ofrecen la entrada a la plaza, a señoras ilustres y destacados comerciantes entretenidos en interesante conversación.
Como casi todos los pequeños e importantes municipios de esta comarca del Maestrazgo, Iglesuela del Cid sufrió, en carne propia, las devastadoras Guerras Carlistas, en las disputas que enfrentaban a los partidarios de la joven Isabel II, hija del rey Fernando VII con el hermano de éste, su tio Carlos de Borbón, quien se creía con todo el derecho a la sucesión en el trono. La villa, que por su proximidad a Cantavieja, la que fuera base de operaciones del «Tigre del Maestrazgo», el general Ramón Cabrera, quedará unida al espíritu guerrillero y partisano de los que decidieron pasar a la historia como baluarte del espíritu de resistencia.
Ni siquiera la Guerra Civil Española que se ensañó con tantas y tantas joyas arquitectónicas en pueblos y villas como Iglesuela del Cid, la ha despojado de su aura medieval, de la elegancia y majestuosidad de sus casas señoriales. Al pasear por sus empedradas calles parece resonar todavía las pisadas de los monjes guerreros del Temple cabalgando a lomos de sus monturas que chocan sus cascos en la contraída piedra. Ella, como una gran dama del s.XVII se mantiene inmersa en su propia historia, con una dignidad y una elegancia propia de las mejores estirpes.
Nada parece escapar al tiempo…sólo algunos privilegiados a los que el propio tiempo obsequia con su respeto.
En colaboración con iHA| Eva Martínez
BIbliografía| Tourist Info Iglesuela del Cid
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