Cuando a cualquiera de nosotros nos hablan de Filipinas seguramente lo primero que se nos viene a la cabeza son sus playas paradisíacas, con palmeras y fina arena blanca, junto a un mar de color azul turquesa donde poder refrescarte del intenso calor tropical. Pero a pesar de sus más de 7000 islas, en Filipinas también se puede pasar frío, caminar entre arrozales patrimonio de la UNESCO, subir montañas, ver cascadas y hasta recorrer las entrañas de la tierra a través de cuevas laberínticas. Se podría afirmar que es sin duda la meca para todos los amantes de la aventura.
A 391 km al norte de la capital filipina (Manila) y perdida entre las montañas se encuentra Sagada, una población que cuenta con alrededor de 10,500 habitantes. Se podría describir como el típico pueblo del que no quieres irte tan rápido, prueba de ello es que gente de todas las partes del mundo hacen un largo y duro recorrido de 12 h a través de estrechas y empinadas carreteras, las cuales muchas veces ni tienen asfalto. Un viaje pesado en el que es inevitable que el viajero se cuestione si lo que se encontrará al llegar realmente merecerá la pena, pero en este caso, sin duda lo merece.
En Sagada todo gira alrededor del mundo de la muerte
El principal atractivo para atraer un elevado número de visitantes son sin duda sus ceremonias fúnebres y en especial su cementerio colgante. Y es que en Filipinas, a pesar de ser un país mayoritariamente católico, existe aún mucha gente que no se ha desligado de sus tradiciones ancestrales y que todavía conservan sus creencias y ritos.
Un claro ejemplo de ello sería una de las tribus más antiguas del país: Los Igorotes, palabra derivada de «golot» y que en su idioma significa montaña. Esta tribu creía que las almas de los muertos se asfixiaban bajo tierra. Y precisamente este es uno de los motivos por el que los Igorotes decidieron buscar otros lugares donde enterrar a sus seres queridos, como por ejemplo en los acantilados.
Todo empieza en el centro de pueblo, donde se encuentra la Iglesia de Santa María, construida en el año 1904 y fundada por misioneros estadounidenses. Hay que recordar que Filipinas fue de dominio español hasta el Tratado de París del año 1898, año en que España cedería el país a manos de Estados Unidos a cambio de 100 millones de dólares.
Resulta curioso como aún a día de hoy la mayoría de los filipinos siguen conservando nombres españoles como Amancio, Rosa… o palabras como vaso, cuchillo e incluso algunos números.
En la parte trasera de la iglesia nos encontraremos con un cementerio como otro cualquiera, con sus lápidas incrustadas en la tierra reflejando los nombres de los fallecidos, entre los que cabe destacar el historiador americano William Henry Scott, autor de varios best sellers entre ellos “El descubrimiento de los Igorotes” de 1974.
Si seguimos nuestra ruta y avanzamos por el camino de tierra que lo atraviesa, empezaremos un descenso de media hora por un acantilado conocido como “Echo Valley”, donde además de poder hacer sonar nuestra voz, descubriremos algo nunca antes visto, un “cementerio colgante”.
Ataúdes colgantes a una altura de 100 m del suelo
Una tradición que se remonta a más de 2.000 años de antigüedad. A estas alturas os preguntaréis por qué los Igorotes colgaban sus ataúdes, la respuesta reside en que según su tradición, cuanto más arriba estuvieran más cerca estarían del cielo y de sus ancestros.
Curiosamente existen varios tamaños de ataúdes, aunque mayoría de ellos solían ser de un tamaño muy reducido. Eso se debe a que algunos muertos eran colocados en forma fetal, ya que existía la creencia de que las personas debían salir del mundo en la misma posición en la que entraron. Algunos incluso tienen sillas colgadas, las cuales eran usadas para que los cadáveres adquirieran dicha posición.
Lo más sorprendente es que eran ellos mismos los que tallaban el ataúd en la parte final de su vida, para que luego los familiares hicieran uso de él después de su fallecimiento. Aunque, en caso de que fallecieran antes, sus hijos serían los encargados de terminar el trabajo.
En toda historia existen varias hipótesis del porqué de este cementerio tan inusual
Algunos antropólogos están de acuerdo con la teoría de que el motivo por el cual colgaban los féretros lejos del suelo era porque de esta forma estarían a salvo de algún animal hambriento que decidiera saciar su hambre con el cadáver. Otra de las teorías se basa en la creencia de que colocando los ataúdes de esta manera los Igorotes podrían disponer de más tierra de cultivo, principal actividad de la zona todavía a día de hoy. Sea cual sea el verdadero motivo, lo que está claro es que no deja de ser
Según los lugareños hace mucho tiempo que no se repite este ritual de los ataúdes colgantes, pero esto no es motivo para dejar de hacer el largo viaje que conlleva y poder disfrutar in situ de este fenómeno. Una experiencia sin duda recomendable.
Autor | Nolo Arias
Fotografía | Manuelakanolo
No olvides suscribirte a nuestra newsletter o dejarnos tus comentarios si te ha gustado este fotorreportaje sobre los ataúdes colgantes de Sagada. Tu apoyo nos ayuda a seguir publicando.