Actualmente es inimaginable la vida humana sin el reloj. Gracias a esta herramienta, las personas pueden establecer horarios, rutinas, medir el paso de los días, etc. Además, tanto se ha perfeccionado este accesorio que actualmente hay relojes inteligentes o smartwatches que pueden compatibilizarse con móviles y ordenadores.
Sin embargo, en la Edad Media no existían los mismos saberes que hoy y, por ende, el reloj mecánico requería de constantes reajustes. Asimismo, tenía particularidades que en el presente nos causarían más de una sorpresa.
El reloj mecánico: ¿Inspiración de Galileo Galilei?
Existen dudas sobre el origen del reloj mecánico. Algunos historiadores atribuyen los antecedentes a las culturas china y árabe del siglo XV, quienes inventaron las clepsidras. Las clepsidras empleaban el flujo del agua para medir el tiempo.
Muchos investigadores consideran que fue el astrónomo Christiaan Huygens quien patentó, propiamente hablando, el primer reloj mecánico en 1656, inspirado por los estudios de Galileo Galilei.
El reloj mecánico para la vida ‘artificial’
Desde el siglo X se solía contraponer las actividades del campo con los quehaceres cotidianos. Las labores del campo se calificaron como ‘vida natural’, mientras que el trabajo en la ciudad se rotuló como ‘vida artificial’. Según el historiador francés Jean Gimpel, quienes estaban inmersos en dicha vida artificial tenían que hallar una forma de controlar cuidadosamente la distribución de sus actividades.
En las sociedades de Occidente, donde el comercio y los productos manufacturados comenzaban a definir la vida urbana, se requirió de los relojes mecánicos para medir con precisión las fases del trabajo. Así se comenzaron a fabricar relojes a gran escala para que pudieran estar estratégicamente ubicados en las zonas más concurridas de las ciudades.
Más miniaturización, más precisión
La vida urbana exigía la mayor precisión posible para la distribución de los tiempos y la creación de horarios. Así entró un nuevo concepto en el ámbito de los inventos: la miniaturización garantizaba el progreso.
Si bien eran útiles los enormes relojes que se habían instalado en diversas fachadas y en campanarios, los avances de la ciencia en micromecánica permitieron que los relojes fueran decreciendo. Es decir, al producirse relojes más pequeños, cada persona podría poseer este accesorio en su hogar o centro de labores.
Esto potenció la eficiencia de la vida urbana y ya no hubo necesidad de buscar un gran reloj de fachada para conocer la hora. Asimismo, esto facilitó que la gente lograra mayor independencia al establecer sus itinerarios, ya que los relojes de gran escala solían causar confusiones.
Por ejemplo, en la Alta Edad Media, las señales horarias que marcaban los campanarios de algunas comunidades religiosas correspondían a las horas canónicas y no exactamente al llamado ‘tiempo civil’. Para los creyentes, esto tenía relevancia en grado espiritual —más aún en una época con fuerte influencia religiosa—, pero para los que se desempeñaban en talleres y otros espacios de trabajo no les era de ayuda esta clase de relojes.
Autor | Redacción
Imágenes | W. Commons, Pixabay
No olvides suscribirte a nuestra newsletter o dejarnos tus comentarios si te ha gustado este post “tan dulce”. Tu apoyo nos ayuda a seguir publicando.