“Debes tallar una figura, la comunidad necesita ayuda.”
No son órdenes para tomarse a la ligera, las del jefe dogon.
El artesano experto en arte tribal africano sabe lo que debe hacer.
Tras varios días de ayuno, camina hacia el bosque.
Sus sueños le conducen hacia un árbol. Él sabe que el espíritu del árbol le está observando, y por ello, le pide permiso para tomar de él un trozo de madera.
De vuelta al poblado, lo dejará secar. Después, empezará a tallarlo con devoción, sin más modelo que la imagen representada en su mente.
Día tras día, ese trozo de madera va tomando la forma de una matriarca antepasada, arquetipo del poder femenino que otorga vida.
Una figura perfecta que será el vehículo para interactuar con los ancestros en busca de ayuda…
…y que será guardada en una cueva para (casi) nunca ver la luz.
La mirada europea a las artes del “África Negra”
Nos referimos a arte tribal africano cuando hablamos de máscaras, tallas y objetos de uso cotidiano realizados por las etnias oriundas del África subsahariana y central.
Los primeros exploradores en África
La mirada europea se fijó en el arte tribal africano con la llegada de los primeros exploradores portugueses a las costas de África occidental a partir del s. XV. Allí descubrieron tallas que les asombraron. No concebían que un pueblo “salvaje” fuera capaz de crear tanta belleza.
Las primeras piezas que trajeron a Europa eran catalogadas como indias o turcas. Poco le importaba a la nobleza del viejo continente su origen, mientras fueran “exóticas”.
Colonialismo
En la época colonial continuó la costumbre de coleccionar exóticas tallas, sin preocupación alguna por los ritos que las rodeaban. Al contrario: el colonialismo trajo consigo la prohibición de muchos ritos ancestrales por considerarlos salvajes.
Un interés creciente en el arte tribal africano
Recién a principios del s. XX algunos pintores, como Picasso o Modigliani, se interesaron por las líneas rectas y el aspecto sorprendentemente abstracto de las tallas venidas de Gabón, Congo o Mali.
Así, inspirado por las máscaras que vio en una exposición en París, Picasso pintó sus célebres Señoritas de Aviñón.
No obstante, muchas veces el interés de estos pintores no iba más allá de la curiosidad por lo exótico y la obtención de nuevas ideas para realizar sus bocetos.
Reconociendo el arte
Algunos pintores cubistas, fauvistas y expresionistas, sin embargo, empezaron a reconocer en estas piezas obras de arte de pleno valor.
Pero fue Jacques Kerchache, marchante, quien estudió a fondo, ya en los 60, los criterios artísticos aplicables a las piezas venidas del “África negra».
Apasionado africanista, dedicó su vida a abordar el arte africano más allá del punto de vista etnográfico. Gracias a su empeño logró abrir, en el año 2000, una sala en el Louvre dedicada a las artes de África, exponiendo 120 piezas seleccionadas por él mismo. A partir de entonces, la forma de apreciar y entender el llamado arte “tribal” o “primitivo”, cambiaría para siempre.
Contemporáneo de Kerchache, el etnólogo Íñigo de Aranzadi fue el primer español en traer a Europa piezas de Guinea, donde vivió 17 años.
Su sensibilidad hacia África le llevó a escribir varios libros, en los que rescató la esencia de esos “primitivismos de indígenas”, entendiéndolos como algo sublime, describiendo con belleza y ternura los «haceres y sentires» de África.
Actualmente, y en palabras del etnólogo Stefan Eisenhofer en su libro Arte africano:
«El Arte Africano sigue moviéndose entre un pasado colonial no superado, un presente poscolonial complejo y los potentes mitos del mercado del arte.»
(Eisenhofer, 2010, p. 12)
Un continente que mira hacia sí mismo a través de su arte
Empezábamos este artículo narrando el ritual de creación de una figura dogon. Quizás llame la atención que dicha figura permanezca oculta en una cueva casi todo el tiempo.
Y es que el objetivo de las tallas, incluso cuando se exhiben, no es el de ser bellas a los ojos de los vivos, sino de los antepasados.
Es uno de los rasgos más hermosos del arte africano: la búsqueda de una belleza que mire hacia sus orígenes.
En África, hacer arte va más allá de la estética. Cumple una funcionalidad. Si una pieza es bella, el antepasado estará contento. Así, lo “bello” y lo “bueno” son una misma cosa, y el arte hace que el mundo funcione. Es un vehículo para comunicarse con lo divino.
Muchas piezas son encerradas en cuevas o escondidas en algún lugar sagrado del bosque.
Otras se exhiben.
Sea como sea, lo importante es que las ven otros ojos llenos de poder: los de los espíritus.
Por ello es primordial que no olvidemos el rito que hay detrás de cada pieza de arte africano.
Debemos apreciar los criterios artísticos, sí. Pero debemos comprender también el sentir de África en cada pedazo de madera tallada.
La próxima vez que veamos una máscara o figura africana, imaginémosla formando parte del atuendo ceremonial, o al abrigo de su sagrada cueva.
Entonces, “huirá” de su quietud en el museo o colección particular, para recobrar todo su poder de comunicación con lo sobrenatural.
Bibliografía:
-EISENHOFER, Stefan, Arte africano. Köln. Taschen. 2010.
-OBA AFRICAN ART GALLERY, Poleas, bellas musas. Barcelona. Oba African Art Gallery. 2005.
-ARANZADI, ÍÑIGO DE, Cartas a las cosas del bosque. Madrid. Ayuntamiento de Madrid. 1998.
-MEYER, Laure, África negra. París. 2001.
Autor | Laura Cynthia (@lauracynthiacopy)
Imágenes | Laura Cythia
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