Artículo Ganador del I Concurso de Periodismo Histórico iHA
Paula Alarcón, Córdoba, Argentina.
Hay una parte de la historia Argentina, que marcó mi vida desde el día en que entendí que mi padre era excombatiente de la guerra de Malvinas. Me transformó como persona, Malvinas es una parte de mi vida, una lucha constante por la memoria y el recuerdo. Esta es la historia, acotada, de José Luis Alarcón. Un joven que pasó de la paz del campo y su familia… a la guerra.
José Luis Alarcón nació en Calchaquí, en la provincia de Santa Fe (Argentina), es el menor de siete hermanos. Su infancia transcurrió en la tranquilidad del campo, donde trabajaban en el tambo, hasta que a mediados de 1981 se realizó el sorteo de la clase de 1963 a la que José pertenecía. Sin más remedio su destino sería el ejército, donde fue destinado al regimiento de Infantería 25. Los días de campaña, empezaban bien temprano, desayunaban y comenzaban los ejercicios que los preparaban para lo que vendría en el futuro. El 27 de marzo los hicieron formar en la Plaza de armas del regimiento frente a la compañía, con los bolsones, el equipo aligerado y la ropa de combate, el motivo era seleccionar soldados para una compañía especial. Su nuevo destino sería el Regimiento de infantería 8 de Comodoro Rivadavia. De madrugada subieron a un avión que los transportaría a Bahia Blanca, una vez ahí descargaron sus equipos y subieron a los camiones que los llevarían al Puerto Belgrano, donde embarcaron en el navío de guerra ‘Cabo 1º San Antonio’. Si bien sabían que navegaban hacia el sur aún no les habían comunicado que su destino seria Malvinas.
El día Primero de abril, el Comandante de la Operación Busser habló por los altoparlantes, y les comunicó que estaban en un momento histórico de la patria Argentina y que el objetivo era recuperar las Islas Malvinas sin derramar sangre inglesa, por más que ellos si lo hicieran con la suya. La sección Gato, a la que José Luis había sido asignado, fue el único cuerpo del ejército argentino que participó de la recuperación de las Islas Malvinas. Desde Darwin o Pradera del Ganso comenzaron a preparar su defensa haciendo pozos de zorro. Por aquellos días, José recibió una encomienda de su familia. En ella había cartas, una de ellas de su madre, según cuenta José, esa carta que guardó en sus bolsillos le sirvió de refugio en los momentos más difíciles. La leería y una y otra vez junto a una estampita de la Virgen de la Merced a quien oraba en tantos momentos de desesperanza. Al amanecer del 1º de mayo los soldados argentinos se encontraban apostados en la costa, cuando de pronto avistaron cuatro aviones Sea Harrier arrojando sus bombas sobre la pista de aterrizaje y los aviones allí estacionados. ¡Puerto Argentino había sido atacado!… la guerra había comenzado.
Hacia mediados de mayo les llegó la noticia del traslado, hacia el estrecho de San Carlos, comenzaron a caminar sin tener un rumbo, la carencia de alimentos, el clima inhóspito, el dormir a la intemperie, iban haciendo mella en el estado de ánimo del grupo, pero no pasaba por sus mentes rendirse. Al cuarto día de marcha descubrieron que las tropas inglesas les pisaban los talones. Apresuraron el paso por una extensión llana hasta que se presentó un brazo del mar, y no había otra alternativa que vadearlo. El relato de José sobre esta situación es inquietante, ya que cuando le tocó cruzar a él avanzó metiéndose en el agua fría, y al no lograr hacer pie se desesperó intentando nadar, algo que no sabía hacer bien. En ese manoteo desesperado se le escapo el fusil, estaba en una situación complicada, pero el subteniente Reyes tiró de su brazo arrastrándolo hacia la orilla. De no ser por él, no cree haber podido salir de aquel trance, aquella fue una de las peores experiencias que tuvo en Malvinas.
El día 25 de Mayo apenas sabían nada de la guerra, tan sólo oían los bombardeos a lo lejos. Desde sus refugios los días se hacían eternos, la comida escaseaba y por las noches sentía que las manos le dolían, se le empezaron a hinchar y las uñas a ponerse negras debido a la sangre coagulada, estaban completamente aislados. Tras un bombardeo Ingles, tomaron la decisión trasladarse, pero tres de sus compañeros apenas podían caminar, debido al mal estado en que estaban sus pies por las congelaciones. A pesar de todo la compañía inició la marcha “volvía la vista atrás varias veces hacia donde quedaban mis compañeros, el futuro de ellos y el nuestro era muy incierto”, relata José. Caminaron durante días, y volvieron a refugiarse, hasta que los helicópteros ingleses les rodearon abriendo fuego sobre ellos. La situación era muy difícil, no podían hacerles frente, el Subteniente tomó la decisión de rendirse. Les hicieron salir con las manos en alto y fueron arrojados al frio suelo, a José le cubrieron la cara colocándole el pasamontañas al revés, le desabrocharon la campera dubet y lo tiraron boca abajo. Luego le sacaron los cordones de los borceguíes y con ellos le ataron fuerte las manos a la espalda, pasándole los pies debajo de ellas, con un fusil apuntaban sobre su cabeza. Era el 11 de junio. A la mañana siguiente José Luis debido al mal estado de sus manos fue trasladado al hospital de campaña inglés. Y posteriormente transportado en helicóptero al Buque Hospital ‘Huganda’. Partió sin poder despedirse de sus compañeros y jamás volvería a pisar suelo Malvinense. Permaneció internado en el barco inglés unos cuantos días, hasta que les comunicaron que la guerra había terminado.
“Sentí mucha tristeza y algo de bronca porque pese a todo el sacrificio de mucha gente las Islas estaban otra vez bajo la bandera inglesa, pero también sentí alivio al pensar que ya no se perderían más vidas, eran sentimientos encontrados, como tantos que me generaría Malvinas en el transcurso de los años”, dice José.
Posteriormente sería trasladado al buque argentino ‘Ara Bahía Paraíso’, desde donde llegó a Puerto San Julián en Santa Cruz, y luego a Buenos Aires. Pasaría bastante tiempo para que pudíera reencontrarse con su familia, que lo visitaron en el hospital Central de Buenos Aires. Finalmente sus manos mejoraron y se libró de la amputación. Hacia fines de julio, le dieron permiso para volver a Córdoba, su hogar, la dicha del reencuentro fue muy grande, hermanos, tíos y su abuela, todos estaban muy felices por el regreso, “pero lo que fue inolvidable y todavía me emociona fue el recibimiento de mi padre, de la alegría que tenía me abrazaba y me levantaba por el aire, creo que volví a sentirme vivo, había sufrido mucho” resume José.
Pasaron 31 años, y José pudo rehacer su vida, formar una familia y transmitir el valor de la lucha, la perseverancia y el amor por la patria.
En colaboración con iHA| Paula Alarcón (Ganadora del I Concurso de Periodismo Histórico iHA)
Fuentes| los relatos históricos de José Luis Alarcón