Ayer por la noche no me podía dormir, debió de ser por tantas vueltas que le dí a la historia que me contó mi padre de la Revolución Francesa. No entendía por qué no se habían sentado a hablar como en una de esas reuniones que cada dos por tres tiene mi padre. Como no me podía dormir, me puse a leer. Estuve leyendo un buen rato, pero mis ojos en vez de cerrarse se abrían cada vez más. Así que decidí mudarme de habitación e irme a la de mis padres. Me levanté y vi que había un poco de luz en su habitación, así que me acerqué y llamé a mi madre.
– ¿Manuel? Anda ven que aún estamos despiertos.- me respondió mi madre.
Yo, obediente fui. Los dos estaban leyendo… son unos forofos de
los libros. Creo que es por eso por lo que me cuentan tantas historietas. Me senté entre los dos y los dos dejaron de leer. Me preguntaron qué me pasaba y yo les conté un poco mis miedos, no mucho, para no preocuparles. Me acurruqué junto a mi madre y entonces ví el libro que estaba leyendo: el niño con el pijama de rayas. Me sorprendí que mi madre, una mujer ya mayor, estuviera leyendo un libro para niños, aunque ella me explicó que no era un cuento, sino un libro.
– ¿De qué trata, mamá? – le pregunté yo.
– De un niño rico e hijo de “los malos” que se hace muy amigo de un niño judío que vive en un Auschwitz: un campo de concentración alemán. Los dos niños se hacen muy amigos, a pesar de la prohibición del padre del niño rico de acercarse al campo de concentración. Estos niños se hacen muy amigos a pesar de no poder jugar juntos por estar cada uno a un lado diferente de la alambrada- me contestó mi madre con sus gafas casi en la punta de la nariz.
– ¿Un campo de concentración? ¿Qué es eso mamá? ¿Quiénes eran los malos?- pregunté muy intrigado.
– Los campos de concentración fueron lugares a dónde llevaban los alemanes a las personas que no eran de su “raza”. ¿Te acuerdas que el otro día papá y yo hablamos de un señor que se había muerto y había matado a muchas personas?- me preguntó mi madre.
– Sí, que había matado a muchos niños y los había separado de sus papás. ¿ese señor es el protagonista de tu libro, mamá? – Aquello me pareció una gran casualidad.
– No cariño, pero ése y muchos otros señores eran los malos. Pero el malo malísimo se llamaba Hitler. Éste señor era un tipo repugnante y muy malo. Fue el que creó los campos de concentración.
– ¿Y a qué jugaban los niños en esos campos, al escondite?
– No, Manolín. Esos campos de concentración fueron creados en torno a 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. Allí los niños no jugaban, era obligados a trabajar, no les daban casi nada de comida y les daban muchos castigos. No es que estos niños se portasen mal, sino que estos señores, eran muy malos y no sabían respetar los derechos ni de los niños no de los mayores. Normalmente, a sus madres las llevaban a un campo diferente que al de sus hijos.
– ¿Y por qué estaban allí, habían hecho algo malo? – volví a preguntar pensando que me sacaría de toda duda.
– No, hijo, no. Lo único que habían hecho malo es no ser alemanes de pura cepa. Fue una época horrible, los alemanes que mandaban entonces cometieron muchos asesinatos y crueldades con los que no eran de raza aria; los judíos.- Mi madre empezaba a poner cara triste.
– Entonces si no habían hecho nada malo… ¿por qué estaban allí? No lo entiendo- Volví a insistir.
– Ya lo sé Manuel, creo que nadie en su sano juicio lo entiende. ¿Sabes por qué estaba allí? Porque los militares alemanes no quería que en su pueblo hubiese personas que no fueran puramente alemanas. Pensaban que quienes no fueran alemanas cien por cien, contaminaban la raza aria, que llamaban. No dejaban que los alemanes se relacionasen con otros que no lo fueran… y los perseguían hasta matarlos o llevarlos a los campos de concentración, que a fin de cuentas es lo mismo.
– Oye y ¿por qué se llama el niño vestido con pijama de rayas? ¿No tenía otra ropa?- Me parecía muy extraño que les dejaran ir en pijama todo el día… Cosa que a mí, me encantaría, pero que mi madre no me deja, aunque no entiendo muy bien por qué.
– No es que fuera en pijama, ése era el uniforme de presos. No tenían más ropa que ésa. Siempre que echo la vista atrás en la historia, cada vez me doy cuenta de lo privilegiados que somos por vivir en una época y en un país más o menos civilizado, sin pasar hambre, ni frío… ni todas aquellas calamidades que pasaron las personas de las que te estoy hablando. No me imagino ni por un minuto el horror que debieron de vivir aquella gente, encerrados allí sin saber por qué, sin saber dónde están sus hijos, castigados a trabajar sin casi comida. Siempre he pensado que todos los que pusieron su granito de arena a esta masacre tenían que haber tenido un trato tan atroz, inhumano y cruel como ellos hicieron con los judíos.- Sentenció mi madre mientras me acariciaba la cabeza y mis ojos se iban cerrando poco a poco hasta quedarme completamente dormido al calor de mi madre.
En colaboración con iHistoriArte| Pilar Cortes
Texto e Ilustraciones| Pilar Cortés
Síguenos también en: Facebook, Twitter, Google+ o RebelMouse